Esta es una crónica sobre el viaje que hicimos en semana santa del 2008 al enigmático desierto de la Tatacoa en el Huila. Durante 4 días, el grupo de Astronomía Orión de Pereira, del cual hago parte, estuvo visitando el desierto de la Tatacoa y sus alrededores en un viaje poco usual para nuestras costumbres montañeras. Habituados a visitar los bosques de niebla de Pereira y Santa Rosa, páramos y nevados del parque nacional natural de los nevados y las mil y una cascadas y arroyos que brotan apenas se sale de cualquier urbe de nuestro paisaje natal, nos embarcamos en una visita extraordinaria hacia uno de los sitios más secos y calientes de Colombia en parte atraídos por la experiencia del desierto y en parte para conocer el observatorio astronómico del Desierto de la Tatacoa. Espero que encuentre esta crónica entretenida e interesante. Ésta es también, una segunda crónica, revisión de la anterior y que publiqué en mi blog personal justo después de realizar el viaje. Ésta versión de la crónica la escribí para presentarla al concurso de Semana, Google, Caracol TV y La W sobre el lugar mejor contado de Colombia. Disfrútenla.
Antes del Viaje
Antes de partir, estuve buscando en Internet información sobre el desierto y los pueblos aledaños, Aipe, Villa Vieja y la Victoria. La expectativa fue mucha, leer sobre la serpiente que le dió su nombre, la reina del desierto -que al final no conocimos-, y en especial los cielos de permanente verano y el museo paleontológico resultaban muy atractivos. Una de las cosas más inquietantes que encontré, fue una referencia recurrente a un artículo en el que se decía que mientras el desierto de la Tatacoa crecía, a Tierra Bomba se la tragaba el mar. De entrada, el desierto, que devela en la actualidad las historias de lo que millones de años atrás fuera una naturaleza megalómana y frondosa, pronosticaba con su comportamiento actual un futuro incierto para Colombia entera y un testimonio vivo sobre el calentamiento global. Un extraño archivo en las rocas: una prehistoria que se revela, un presente desértico y un futuro amenazante y augurioso.
Para llegar al desierto de la Tatacoa, teníamos que llegar al municipio de Aipe, unos kilómetros antes de Neiva, capital del departamento del Huila, cruzar el río Magdalena en lancha y dirigirnos hacia Villa Vieja, que es el municipio más cercano al desierto. Ese era nuestro plan y apartir de eso hicimos la previsión de dinero, tiempo, comida, agua y utensilios a llevar.
Inicio del Viaje
Desde Pereira, la única alternativa que teníamos era usar transporte intermunicipal a Neiva y bajarnos un poco antes en la entrada de Aipe -ninguno de nosotros conocía el sitio. Nos encontramos en el terminal el miércoles 19 de Marzo a las 20hrs y después de comprar algunas cosas que hacían falta abordamos un bus para Neiva. En la madrugada del 21, alrededor de las 4 de la mañana, nos avisaron que ya nos teníamos que bajar. Era de noche, en el cielo se ocultaba por las montañas una luna gigantesca de color amarillo y la carretera que se curvaba hacia arriba tenía un aire enrarecido y caliente que dejaba ver una bruma clara y las luces de los vehículos en anticipación a que cruzaran. No sabíamos qué hacer, no veíamos nada y no sabíamos exactamente dónde estábamos y sólo nos acompañaba una familia varada en su automóvil al lado del paradero. Tomamos algunas fotos, hablamos, dormimos y luego de algunas discusiones no decidimos nada. Al final, se nos alumbró el cielo y pudimos iniciar la travesía.
Nos cargamos los morrales. Cada uno almacenaba en su morral los víveres y utensilios que iba a usar en los campamentos. Algunos de nosotros llevavamos botellas de 3 litros de agua en las manos y otros, como yo, tuvimos que cargar más cosas, como la carpa por ejemplo. Entramos por un camino señalizado como la entrada al desierto de la Tatacoa, luego descubriríamos que en el camino hacia Neiva hay muchas señalizaciones iguales y que ésa era una de las más alejadas. El conductor sólo sabía que ibamos para el desierto, pero nadie le dijo que ibamos para Aipe por eso nos dejó en el primer aviso hacia el desierto con lo que aumentó varios kilómetros nuestra travesía.
Caminamos no mucho tiempo por una carretera destapada y pasamos por un caserío que se alertó al vernos. La presencia estatal era evidente: había dos policías prestos al combate y alguien me dijo que había un camión, que yo no ví, lleno de soldados más atrás. Pasando el pueblo estaba el río Magdalena, estrecho y arenoso, tanto que en la playa encallaba un ferry y la carga se pasaba en una lancha pequeña que debía evitar un gran banco de arena en el medio del río y que manejada con maestría un vecino del pueblo que cobraba por reemplazar al ferry y al puente caído, del que aún quedaban unos rastros. En el río apareció por fin el sol y durante los pocos minutos que estuvimos allí, nos fue mostrando su brillo sobre las montañas y al final su rostro hizo presencia y se reflejó en las olas que creaba la pequeña embarcación sobre las aguas.
Al otro lado del río, atravesamos distritos de riego y muchos cultivos de arroz mientras, esporádicamente, los habitantes pasaban raudos por la carretera en sus motocicletas ajadas por el uso en las destapadas. Luego de unos 20 minutos llegamos a otro pueblo, la Victoria, un poco más grande que el caserío anterior. Los habitantes observaron atentamente nuestra llegada y se murmuraban quién sabe qué mientras nos miraban. Parecía que no iba a ser fácil salir del pueblo, los habitantes querían que pagáramos un guía para que nos llevara caminando a Villa Vieja y no había nadie dispuesto a llevarnos en ningún vehículo. Finalmente y luego de varias averiguaciones, un amable vecino nos llevó en su camión, el mismo en que transportaba sus verduras, a un precio muy económico, sólo porque sabía que nadie más lo haría y porque le agradaban los pereiranos. El viaje a Villa Vieja no fue corto, aproximadamente 20 minutos por un paisaje verdaderamente desértico que dejaba ver a lo lejos la cúpula de la iglesia y que se poblaba sólo de cactus bajo un sol implacable que no dejaba ningún espacio para la sombra. Si este amigo no nos lleva, el viaje seguramente se hubiera acortado a causa de este trecho inesperado.
Villa Vieja
El atractivo principal que teníamos en Villa Vieja era el museo. El pueblo tiene una pequeña plaza donde se yerguen grandes árboles botella y en su centro una réplica en tamaño real de un Megaterio, animal prehistórico de unos 4 metros de alto que solía vivir en la zona millones de años antes y que es el único fósil completo que se ha podido sacar de la zona. Éste fósil fue el que impulsó la región como yacimiento paleontológico.
Alrededor del parque no queda sino un pequeño pueblo, unas lindas casitas, tiendas, el museo y la iglesia de arquitectura colonial. A un costado del parque se erigió un obelisco de unos 90 centímetros de altura que guarda registro histórico de las dos ocasiones en que Bolívar hizo paso por el pueblo.
En el museo existen unos bellos fósiles de muchas especies, en especial armadillos gigantes, tortugas -que me parecieron las más bonitas- y hasta fósiles de mamuts. Una fauna fantástica que contrasta con el paisaje actual, más aún cuando el guía menciona que la región tuvo que ser muy rica en vegetación para haber albergado ese tipo de fauna, después de haber pasado por ser un lecho marino. El pueblo tiene mucha historia adicional a la paleontológica, que tiene que ver con la colonia. En el museo también se guardan mosquetones franceses y dianas recientemente excavadas y un afiche cuenta la historia de cómo a Villa Vieja se la bautizó alguna vez el Valle de las Tristezas, condición que sigue sin mucho cambio. Al salir del museo, buscando el almuerzo, presenciamos algo que nos impresionó un poco: todas las casas tienen techo de zinc y el calor es insoportable. Lo más notable es que nada protege las cabezas de los habitantes del calor del zinc, es decir, las casas no tienen cielo raso!.
Los hoyos y la piscina del desierto
Partimos por fin hacia el desierto. Al rededor de las 14 horas empacamos nuestras humanidades en el poco espacio que dejaron los morrales dentro de un microbus que nos gozamos como niños. Reímos mucho hasta que empezamos a sentir el calor abrasador del desierto y ver cómo se extendía por el horizonte una tierra erosionada por los vientos y la poca agua que le llegaba. Pasamos de largo el observatorio, lleno de visitantes, porque la idea era caminar por el desierto de vuelta al observatorio. Los guías nos recomendaron visitar primero los hoyos y su famosa piscina.
Los hoyos parece ser más bien el restaurante. A pesar de las condiciones del sitio, la gente saca provecho muy bien del atractivo del mismo. En el lugar sí hay agua: subterránea. Ésta tiene que ser bombeada hasta los lugares habitados, como el restaurante los Hoyos y allí se usa hasta para bañarse, de hecho, para acampar se paga un dinero, pero éste está directamente relacionado con el uso del agua: la acampada da derecho a ducharse y usar el sanitario. Acampamos en el mejor lugar posible. Como es de esperar, no hay mucha vegetación y por lo tanto no hay sombra. Sin embargo hallamos un arbusto relativamente alto y ubicamos nuestras carpas bajo su sombra. Como estaba aún temprano algunos de los integrantes del grupo visitaron ese mismo día la piscina.
La noche en el desierto fue encantadora. Una brisa cálida nos bañaba y sonidos no muy comunes nos deleitaban. Una de las cosas fascinantes era el susurro de lo que parecía ser una serpiente cascabel. Nos asustamos mucho, en especial porque cuando uno ilumina el lugar de donde proviene el sonido éste desaparece y aparece en otro sitio, a veces, más cerca. Los habitantes dicen que esos son espantos. De hecho, la Tatacoa es una serpiente ya extinta emparentada con la cascabel, por lo que no es raro que se piense que es un fantasma. El cielo no fue muy bonito esa noche, estaba cubierta por un manto que ocultaba muchas de las cosas que queríamos ver y luego nos percataríamos la mala fecha que escogimos para visitar el desierto.
La mañana siguiente fue dulce, el calor fue tierno con nosotros y la brisa nunca dejó de soplar. Hasta el mediodía, el sol no pudo salir del todo y la temperatura fue plácida como en cualquier sitio caluroso de Colombia. Al mediodía, cuando nos aprestábamos a almorzar, arribó al campamento un hombre en una motocicleta. Su venta no podía ser más tentadora: Yogourt de leche de cabra con trocitos de fruta y para completar, frío. Delicioso.
Después de un rato, iniciamos el recorrido hacia la piscina. El camino es inquietante, todo al rededor es desértico, los cactus candelabro crecen por todos lados, la tierra blanca y gris, seca y pedregosa. En algún momento, entre foto y foto, uno de los compañeros pidió que paráramos, que sentía una piedra isoportable en el zapato. Cuando miramos hacia atrás, él sacaba de la suela de uno de sus tennis una espina de aproximadamente centímetro y medio que había penetrado completamente la suela y le picaba el pié directamente, ésa era la piedra que no podía soportar.
Hay avisos grandes, muy visibles marcando la dirección hacia la piscina y se ven muchos automóviles en el sitio. Saliendo de la carretera se baja por unos cerros de paisajes enigmáticos, al fondo el aparente lecho de un río, luego supimos que es un río seco y que el desierto es muy distinto cuando llueve. Luego de caminar un poco y bajar otro tanto se llega a un pequeño enclave de rocas que testifican las eras geológicas con sus capas de diferentes texturas y colores. Allí mismo, entre los testigos de los cambios de la tierra, se construyó una rudimentaria piscina de ladrillo y cemento con el agua que brota unos metros más arriba de las entrañas de la roca.
Jugamos largo rato en un agua de fuerte olor mineral y no muy cristalina. Incluso, en algún momento hubo una conmoción entre las personas fuera de la piscina por un pequeño ratón de la montaña. Un inocente ratoncito que vivía entre las rocas comiendo quién sabe qué y que algún lugareño metió en la piscina para mostrarnos lo lindo que nadaba. En efecto el ratoncito, que tenía una nariz extraña, nadaba muy naturalmente en la piscina. La persona que lo metió al agua lo sacó y lo dejó libre después, en su hogar entre las rocas. Poco después salimos rumbo al campamento.
Empacamos. Probablemente el reto más grande que enfretaríamos estaba al frente: caminar a campo traviesa por el desierto para llegar al observatorio y acampar. El día siguiente nos demostraría que el desierto no había querido hacernos sentir su verdadero poder. La caminata por el desierto resultó ser una experiencia verdaderamente extraordinaria. El aterdecer al frente nos volvía a hacer sentir una calor muy rico y perfectamente soportable. Vimos un búho precioso que hace su nido en las rocas al nivel del suelo, innumerables figuras en las formaciones caprichosas del desierto y varios fósiles de tortuga que se descubren sin hacer ningún esfuerzo. Muy pronto al iniciar la caminata, salió de no sé dónde un joven a caballo, el guía nos explicaba que en el desierto habita un felino de tamaño mediano que ataca el ganado. Todos los lugareños crían cabras y el hombre del caballo se asegura de que no se las coma el felino que, según el guía, ataca en grupo y puede llegar a comerse hasta 3 cabras al día. Caminamos rápido porque el observatorio quedaba lejos y la tarde estaba muy entrada. Probamos una curiosa fruta que sale de un cactus a ras de tierra y conocimos las cuatro variedades de cactus que crecen en el desierto: pelá o arepo, cabeza de negro, cola de zorro y candelabro.
Nos cayó la noche en el desierto. Una luna gigantesca volvía a levantarse sobre las montañas, lentamente. El peligro era mucho porque cactus y ortiga crecen por doquier y el camino es muy irregular, sin mencionar que llevábamos unas 2 horas caminando y el paso seguía siendo rápido. Finalmente llegamos al observatorio astronómico, nuestro destino por excelencia. La hora no nos favorecía porque el recorrido guiado ya había empezado y además todos estabamos exhaustos. Discutimos un rato sobre dónde acampar y nos fuimos a un mirador que queda unos metros más allá de las instalaciones del observatorio. Después de organizar nuestro campamento, miramos el cielo un rato y nos deleitamos con varios objetos hermosos que en ese momento se podían visualizar.
El observatorio astronómico
En la mañana siguiente hizo un calor como del desierto. Despertamos temprano y el sol ya estaba iracundo sobre el horizonte. Un calor intenso nos golpeaba y la sombra poco a poco se hacía más estrecha. Nos bañamos en las instalaciones del observatorio y poco después fuimos a visitar al encargado del observatorio, Javier Rúa, para muchos de nosotros un verdadero privilegiado que podía dedicarse como pocos a estudiar lo que más le gusta: el cielo. Nos habló sobre su experiencia, historia de los afiches que tenía pegados en las paredes del restaurante y que desde ahí, apenas comenzando el recorrido, capturan la imaginación del visitante. "Éste me lo mandaron de la Nasa, aquél de un observatorio en México". Nos contó también la mala época en que decidimos visitar el observatorio astronómico y cómo el clima estaba enrarecido e irregular. En Semana Santa siempre hay una niebla delgada cubriendo el cielo, tanto que los habitantes del sitio le tienen un nombre del que ahora no me acuerdo y las lluvias apenas habían cesado, razón por la cual pudimos ver algunos hilos de agua en el camino hacia el observatorio el día anterior. Nos mostró las instalaciones, la sala de conferencias, la terraza, los telescopios y al final nos mostró el observatorio - al que normalmente no se puede ingresar.
Una pequeña cúpula de apariencia metálica brilla bajo la luz de un sol que parece más grande y enérgico de lo normal. El observatorio es un lugar muy, pero muy pequeño, como para una sola persona. Construído a unos metros de las instalaciones de las conferencias, daba la impresión de que el calor adentro sería infernal, a juzgar por la temperatura agobiante que en ese momento sentíamos y la apariencia metálica de la cúpula, pero en realidad resultó ser un lugar supremamente fresco. Dentro de la cúpula, está el lugar de estudio y trabajo de Javier. Una mesa, un televisor, espacio para el computador y un telescopio electrónico de 8" con un montón de juguetes de fotografía. Lo que se enfoca en el telescopio puede ser transferido a la sala de conferencias gracias a una cámara digital que se puede adaptar al telescopio. Allí duramos largo rato hablando de astronomía hasta pasado el mediodía, momento en el que sólo el hambre nos podía ahuyentar.
Se supone que en la tarde íbamos a salir a caminar por el desierto otro rato, el paisaje allí es extraordinario. Una tierra muy roja y erosionada se extiende a lo lejos en lo que los habitantes del lugar llaman los laberintos. Poco a poco la tarde se hacía menos soportable, el calor nos quitaba entusiasmo a cada minuto y el viento nos roceaba con una arena menuda que se mezclaba con el sudor y picaba en la piel, sobre todo cuando nos aplicábamos el indispensable repelente de mosquitos que nos mantuvieron azotados todo el tiempo. Cuando llegaron las 16 horas, decidimos salir a caminar, cuando el sol estaba un poco descuidado cayendo inexorablemente al occidente. La experiencia no podía ser mejor, bajamos a los laberintos por una entrada que los habitantes nos recomendaron después de intentar bajar por otra que ellos nos exhortaron a no usar, no por lo peligroso, sino porque el desierto ha venido cambiando y esa nueva entrada hace un año no existía y avanza rápidamente hacia su casa. Allá abajo parecía marte, todo era rojo, la tierra es muy delicada y se erosiona fácilmente y las formaciones son extraordinarias. Básicamente los laberintos son un lecho seco y arenoso rodeado por formaciones rojas que se van erosionando alrededor. Luego de poco más de una hora regresamos al mirador donde estaba nuestro campamento y descansamos un poco, antes de volver al observatorio para por fin asistir a la conferencia.
Llegamos tarde al observatorio y la conferencia ya había empezado. La terraza de la instalación estaba llena de gente y al frente estaba Javier, justo delante de un tablero y un proyector entre dos telescopios hablando de por qué se había elegido ese lugar para poner un observatorio y apuntando objetos con el fascinante láser verde que penetraba en el cielo y casi hasta as estrellas mismas. Las condiciones cálidas del clima hacen que los objetos celestes no titilen tanto, además de la poca iluminación eléctrica que existe en la zona y que hace que la visión del cielo sea aún más clara. Pasamos un muy buen rato, ayudamos tanto como pudimos y finalmente Javier nos dejó visitar otra vez el observatorio, pero ésta vez de noche. Él mismo tomó fotografías con nuestras cámaras digitales y ese regalo es un regalo muy especial para cualquiera de nosotros, como si no fuera suficiente con la amabilidad que nos mostró desde que llegamos y más aún sabiendo que eramos un grupo de astronomía. A las 23hrs terminó nuestra visita al observatorio del desierto de la Tatacoa y prácticamente nuestro viaje.
Final y conclusiones
Al día siguiente, muy temprano en la mañana, empacamos nuestras cosas y mientras esperabamos el transporte sucedió lo que no se esperaba: una lluvia menuda, incapaz de mojarnos, cayó sobre nosotros por unos minutos. Visitamos el observatorio una vez más para comprar las deliciosas conservas dulces a base de cactus que venden en el restaurante y a tomarnos la foto del grupo con Javier y el observatorio y ése fue el fin de nuestro viaje al desierto de la Tatacoa.
Quedan muchos detalles qué comentar, pero lo que más me inquietó durante el viaje fue el artículo consultado inicialmente. De hecho, aunque el desierto está bien marcado, todo alrededor evoca el desierto. Hay cactus en el camino de ida y vuelta, el calor y las formaciones provocadas por la erosión persisten hasta mucho después de haber dejado el desierto. El clima está tan cambiado, que el desierto mismo estaba florecido. Javier nos comentaba que las temporadas de lluvias se habían adelantado y habían durado más tiempo de lo normal. ¿Será éste un signo alentador?, ¿podremos ignorar la advertencia del lugareño que dice que los laberintos avanzan peligrosamente hacia su casa?. Sólo pude alejarme de un paisaje hermoso pero enigmático, tratando de no pensar en las implicaciones de la falta de vegetación y sequedad que abandonaba y que resultaban tan ajenas a este paisano de las montañas del eje cafetero.
jueves, 1 de mayo de 2008
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